Por Pablo Cruz – Ago 5, 20
Si de géneros hablamos, los doce cuentos de Vicky García han sido ubicados en un espacio que comparten el terror y la gauchesca. Cada relato puede leerse de forma independiente, pero todos comparten un universo común. Al decir de Juan Incardona en la contratapa de la edición de la obra en Contramar:
“es una colección de relatos de terror e imaginaciones crueles. En la tradición de la gauchesca esta serie amplia el género y teje un universo gótico pampeano donde no se escatiman monstruos, caníbales y crímenes…”.
Cuando leí por primera vez Las Bestias quedé embriagado por el lenguaje desbordado que esgrime Vicky García. Esa libertad para apropiarse y reinventar el modo del decir de una zona, de usar palabras y acentos que revitalizaban una nueva forma de la gauchesca. Pasé de la risa a la repulsión. Estaba leyendo paralelamente Panza de Burro, de Andrea Abreu y pensaba lo bien que se llevarían la escritora canaria y la escritora cordobesa. Hay en amabas un rastreo de la oralidad, “los caminos abnegados”, la gente haciendo “espamento”, una buena oreja para las frases que se escucharon en la infancia.
La interpelación a una tradición se evidencia en las citas de los primeros relatos. En “Amarres”, Vicky García señala directamente a Ascasubi, el inaugurador de lo siniestro, citando “La refalosa”:
Entretanto nos clama por cuanto santo
tiene el cielo;
Sigue Ascasubi:
pero ahí nomás por consuelo
a su queja
abajito de la oreja
con un puñal bien templao
y afilao
que se llama quita penas
le atravesamos las venas
del pescuezo.
Ascasubi toma el guante que dejó Echeverría y lo explicita para que no queden dudas. Recurre a la primera persona y asume la voz del mazorquero. Desarrolla al detalle la carneada humana alimentando el odio de los unitarios. Las bestias en Ascasubi son los federales. En los relatos de Vicky hay un modo que recuerda más a El Matadero, esa fiebre posesa que toma a los personajes los desencaja y hace sacar lo peor de sí; las acciones se precipitan hacia el descontrol, hacia la carneada y la orgía salvaje. Ese procedimiento se repite en varios pasajes.
Si bien no es obra de personajes, hay una arquitectura de relaciones entre los nombres propios que siguen un hilo y un desarrollo a la manera saeriana. Nos encontramos ante una saga en un espacio específico donde se podría establecer una genealogía.
Ese espacio reconoce un primer relato. Se habla de la llegada de los húngaros, que da origen de todo el conjunto. El paisano Irusta, luego de la borrachera, vuelve a la pulpería a buscar la boina olvidada y su cuerpo termina desmembrado y organizadas sus partes como en una pintura de Archimboldo. Se nombra a quienes volverá a nombrarse en toda la saga: a la Santita Morena, a los hermanos Cervera, al vendedor de fósforos, al Efraín, entre otres. Allí, al paisano Irusta se lo carnea como a un chancho. Pero a distinción de Ascasubi, la violencia no es la consecuencia de una pugna política. Al paisano se lo despersonaliza, el terror está instalado, casi como un deporte.
Al galopar de la lectura hay una toponimia que Vicky García nos ofrece y casi de inmediato se incorpora como propia, como un mapa reconocible: el boliche del Tarta a la salida o la entrada del pueblo (más adelante pasarán por allí el ferrocarril), la laguna, el ombú al lado de la laguna. Y el mito de la Santita Morena. Amenazada por el puma, subió al árbol, cayó a la laguna y permanece en el tiempo como una santa popular a quien venerar y pedir protección: (leer GALGOS pág. 45)
Voy a repasar rápidamente los relatos que siguen.
En el cuento “Fustazos” el patrón anda insolado, degüella al gallo negro, viola, la santita reacciona en la laguna, las gallinas cobran venganza.
En “Galgos” hay circularidad, Siara realiza la imagen de la santita morena.
En “La gurisa nació cansada”, la hija de la viuda se la pasa levitando en la cumbrera.
En “El buscador de fósiles” entramos a un relato alocado y orgiástico donde los caballos duermen la borrachera como gauchos.
Es difícil saber en qué año estamos, en alguna crítica a Las Bestias leí que ambientados en el 30, pero no me parece acertada a esa precisión. Es cierto que en “El buscador de fósiles” ya está avanzado el SXX, hay un Citroën 2CV, el ingeniero es joven y trae tecnología al campo.
Luego está “Un alto”. Es un cuento donde un paisano hace terapia con el Tarta. En la barra del mostrador cuenta su desgracia. Anhelaba un primogénito que sepa ser dueño de la tierra y mandar a latigazos a la peonada, pero su mujer dio a luz un hijo de un tanto particular. Y el gaucho se desquitó con los caballos.
Este conjunto de relatos dialoga con la tradición. A la gauchesca la completa lo fantástico. Todos tienen un tono desaforado plagado de imposibles, donde la violencia está naturalizada. Digo primeros porque encuentro una bisagra.
En realidad, en una segunda lectura se deja ver esa bisagra, pero recuerdo que en la primera lectura pensé que había un error de edición, que Javier se había equivocado cómo editor, que el libro de Vicky García podía ser dos en uno; como en el Martin Fierro, dos partes. Que tanta densidad y riqueza de lenguaje debía menguarse para evitar el desperdicio.
Porque a partir de uno de los relatos el tono cambia, se modifica, y si en la primera parte la atmósfera nos remite a la gauchesca y a un pasado indefinido de ese espacio preciso: laguna–ombú–pueblo–interior pampeano, en la segunda parte los relatos están anclados en un presente claro. En esa segunda lectura (la que hice para este encuentro) me pregunté ante que me encontraba, ¿Si Las Bestias eran cuentos que actuaban separados o una gran novela desplegada en doce relatos? Y luego se me reveló otra estrategia, no sé si buscada o no por la autora.
El cuento “Mutilaciones” es una bisagra donde el tono de la escritura cambia. Venimos de relatos afiebrados y nos instalamos en un tono realista, frases donde sujeto-verbo-predicado mandan tal cual lo indica el decálogo de Horacio Quiroga. En esa segunda lectura me dio la sensación, cuando transité la segunda parte, de haber dejado atrás un sueño y despertar a una realidad. Cómo si lo fantástico en los primeros cuentos concentraría el mito, la violencia fundente de la pampa, la naturalización de los dominadores. También a la manera de Stephen King me vinieron a la mente los dos planos: el mundo y el inframundo, lo real y lo supra real. Y aquí sí, creo que tenemos una clave de lectura.
Estamos con Berta Lagarde, llega Berenice, sabemos de un accidente ocurrido en las vías del ferrocarril, que Efraín conducía el taxi-flete. El relato tiene una coda, también está partido al medio, hace un posible flashback planteando un segundo desenlace al accidente vial donde se rompió todo. Cómo si la realidad también pudiera desplegarse en distintos caminos.
Y paralelamente los personajes parecen estar en espejo con sus apariciones en la primera parte. Por eso pienso que “Mutilaciones” pedía un tono realista. Pensé en el libro de Alejandra (Abusos permanentes). Instalado en otro género, el de la crónica y/o la autoficción, transitando los días de la pesquisa por la desaparición de Micaela, la narradora revive y reconoce las violencias y amenazas que sufrió de niña, de adolescente, y de joven. Toma conciencia de la vulnerabilidad, mira a su hija y se estremece. Me llegó la frase: la naturaleza imita al arte. Pensar que la realidad muchas veces es más cruel q su representación, en este caso en la literatura. Vuelvo a Las Bestias. Al cuento “Mutilaciones”, al realismo, una bisagra y los anteriores de tono gauchesco qué como en los sueños desconocen el anclaje en un tiempo preciso y los posteriores donde nuevamente habita la violencia. Así la imagen del árbol y de la laguna, presentes en todos ellos, atraviesan el tiempo. La laguna como espejo, ese breve espacio de la imaginación. Su viscosidad latente como un portal –de nuevo Stephen King–, la posibilidad de un pasaje entre un mundo y el otro. Como si Vicky nos mostrara que vivimos en la realidad pero que hay otros planos de posibilidad para esa realidad. El punto es en cuál de esos planos emerge el monstruo, nuestras bestias, y cuan dispuestos estamos a resistirlo o a dejar que nos habite.
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