En este momento estás viendo ¿De dónde sale un escritor? O Sobre el arte de garabatear.

Por Diego Oddo, 6 de diciembre, 2020 | Foto: Diego Oddo


Preguntarse la cuestión ya mil veces formulada y otras mil respondida, de dónde sale un escritor, no reduce el deseo de volver a ella; en verdad acrecienta ese impulso, puesto que cuando hablamos de escritores hablamos de formas singulares de relación entre el lenguaje, el mundo y la vida, acontecimiento siempre novedoso e irrepetible. Tomemos, entonces, un caso particular.

En una entrevista reciente, el autor santafesino Enrique Butti se refirió al momento de su infancia en que se convirtió en escritor. La anécdota es tan preciosa que conviene citarla de manera textual:

 “(…) hacía garabatos antes de aprender a leer y les preguntaba a mis hermanas qué había escrito, y ellas me decían que nada, hasta que a una, más perspicaz, se le ocurrió decirme que no veía bien sin anteojos, que le dijera yo lo que estaba escrito, y ahí empecé a inventar, digo a leer lo todavía no escrito, es decir, a escribir“.

Digamos sin más preámbulo que en esa ocasión es cuando nace el escritor:

1 – En un momento todavía previo a la incorporación de la escritura compartida.

2 –Nace como traductor de una lengua personal, lo que equivale a decir que nace como lector de signos opacos que solo él es capaz de traducir para comunicar a los otros.

3- Al principio lo hará con la oralidad, más tarde, con la grafía. Pero la escritura, lo que en este texto entendemos por escritura, ya estaba presente en esos garabatos. O mejor dicho: estuvo a partir del momento en que el niño abrochó a esos garabatos alguna clase de imaginación, es decir, de sentido.

Pero ¿Qué leía aquel niño en esos garabatos? ¿Qué le decían esos jeroglíficos? Su inclinación a la escritura no fue más que el arrojo de leer los trazos hechos en el cuaderno de su imaginación, y esos garabatos en el papel no más que la pantalla de proyección de esa imaginación desbordante. Característica que, por otra parte, la literatura de Enrique Butti todavía conserva. Se desprende, entonces, una disyunción entre caligrafía y escritura: hay escritura cuando hay garabato. Que haya caligrafía no garantiza que haya escritura, a menos que la letra devenga garabato.

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En el segundo de sus cuatro ensayos sobre el Zen “¿Qué decimos cuando decimos experiencia”, Alberto Silva expone en un pie de página una potente manera de deslindar aquello que es arte de aquello que no lo es:

“El arte deviene retórica ramplona y repetitiva cuando deja de ser hálito, expresión o susurro de una experiencia inmediatamente anterior”.

¿Qué es una experiencia sino aquello que acontece y se impone sobre la carne, aquello que desborda, conmociona y tarda en madurar hasta poder traducirse?

El arte de la escritura es, quizá, el esfuerzo por traducir una experiencia. En ocasiones el esfuerzo es vano y solo conviene esperar a que lleguen las palabras. Otras veces llegan todas juntas y el escritor es más bien un médium para la expresión de la obra. Pero corro el riesgo de afirmar que, en todos los casos, los escritores saben cuándo su escritura está diciendo algo o está diciendo nada, si está en condiciones de ajustarse a una verdadera experiencia o si se trata de pura y llana retórica. Sobre este axioma es posible fundar una ética: o se trabaja con la esperanza de traducir verdaderas experiencias o se hace retórica ramplona.

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Hace poco le pregunté a Enrique Butti si estaba escribiendo algo. Él, como conviene a su estilo, me respondió que por el momento se encontraba “haciendo ejercicios caligráficos”; con lo que vuelve a decir, de otra manera, que aquella disyunción inaugural entre escritura y grafía sigue tan vigente como el primer día.

Butti practica y practica la caligrafía, eso que con frecuencia confundimos con escritura, pero nada lo convence. Sigue practicando hasta que se le cansa la mano, la letra se le pone fea y le empieza a salir mal, muy mal, cada vez peor, no parece la letra de un escritor, es más bien la escritura de un niño cercana a los garabatos. Y entonces ¡zás!: atentos, que se viene lo que estábamos esperando.

Músicas para maridar letras

Canción: El Niño del Jinete Rojo

Artista: Sig Ragga

Álbum: Aquelarre, 2013